Como podéis imaginar la beta salió negativa. Yo ya lo sabía, sabía que no pintaba bien porque sobre el día 12 de la betaespera comencé a manchar marrón y hacía una semana que todos los síntomas se habían volatilizado. Aún así, cuando te llaman para decírtelo no puedes evitar llevarte el disgusto.

He estado bastante mal. Todo esto me ha afectado más de lo que me imaginaba y que mi gordi esté lejos por trabajo no ha hecho más que empeorar las cosas. Yo de por sí soy una persona nerviosa, una persona que odia no poder tener las cosas bajo control. Tener ese control sobre las cosas y las situaciones es lo único que me hace sentir segura y perder ese poder me desestabiliza, me convierte en otra persona, en alguien que afortunadamente no suele asomar la cabeza muy a menudo pero que cuando asoma…mejor echa a correr.

Y luego vienen los llantos, y los arrepentimientos. ¿Por qué me pongo así? ¿Por qué pago las cosas de estas maneras? Paso de la tristeza al odio, del odio al rencor, del rencor a la ira y vuelta a la tristeza en un segundo y medio. Cuando algo me duele, cuando algo me hace  daño, se activan en mí todos los protocolos de defensa de mi cuerpo y esto suele traducirse en: malas contestaciones, chulería, «chonismo» innecesario, gritos, insultos…y finalmente llanto. Un llanto silencioso y amargo que ahoga todo lo anterior y termina sacando mi lado más vulnerable. Creo que mi cuerpo intenta ocultar mi debilidad del momento con pataletas chulescas que en el fondo son tan sólo una armadura tan frágil como momentánea, que me dura puesta hasta que llega la persona que sabe quitármela dejándome desarmada, indefensa y sumergida hasta el cuello en un mar de lágrimas.

Mi abuela solía decirme que yo era como la gaseosa, la Casera me llamaba. Decía que cuando había algo que me agitaba, todas las burbujas subían y subían, explotando y derramándome por todas partes. Una vez pasado el momento, volvía a mi ser y me quedaba en la botella, tranquila y transparente como el agua sin gas. Siempre me ha parecido una comparación de lo más acertada.

El viernes tenemos cita con la ginecóloga. Supongo que veremos con ella qué ha podido salir mal y qué tenemos que hacer a partir de ahora. Lo que tengo claro es que no voy a volver a enfrentarme a esto sola. Este proceso es ya bastante duro de por sí como para pasar la mitad en la distancia. Por tanto, el siguiente intento (a no ser que la ginecóloga nos diga lo contrario) tendrá que esperar hasta que mi gordi vuelva a casa definitivamente.

No, nadie dijo que fuera fácil. Nadie me prometió que saldría a la primera. Nadie me comentó cómo afecta todo esto a la pareja. Nadie, salvo que esté en el proceso, entiende cómo te sientes. Nadie más lo sabe.

Ayer fue San Valentín. Nuestro primer San Valentín como matrimonio y curiosamente también el primero que no pasamos juntos. La amargura de la distancia se endulzó de buena mañana con una gran caja de bombones que un mensajero trajo a mi puerta. Pero no es suficiente. La distancia nunca es suficiente. Yo por mi parte, después de semanas gritándole, echándole culpas que no tiene y discutiendo incluso lo indiscutible, consideré que qué mejor regalo que decirle por fin algo que sí siento, palabra por palabra:

«Yo me enamoré de ti. Sabiendo lo que eres, sabiendo que nuestro amor no iba a ser fácil, que te iba a extrañar, que iba a ser muy difícil verte partir y esperar a que regreses. Pero por amor todo se puede y te seguiré esperando cada vez que sea necesario, porque en la vida, al igual que en el amor….nadie dijo que fuera fácil.»